Recuerdo verlas sentada junto a mis abuelos en un banco de la Terminal 1 de Barajas. Era el gran día: venía mi tía de París a pasar las navidades como cada año y mi mirada se confundía entre la puerta de llegadas y aquellas azafatas tan elegantes y decididas que salían tan sonrientes. De dónde vendrían? Cómo sería su vida? Yo tenía 11 años y me parecía algo mágico.
Vivía muy cerca del aeropuerto y el ver despegar y aterrizar aviones a diario era cotidiano, pero no podía evitar mirar al cielo cada vez que pasaban. Sentía un magnetismo especial que me atraía a ese mundo.
Decidí estudiar Turismo y enfocar mi vida como guía. Por en aquellos tiempos, hace ya 23 años, no había la tecnología de ahora que te permitiera informarte de cómo acceder a ese mundo. Además, yo no conocía a nadie relacionado con la aviación.
Alguien se tropieza en mi camino
Fue en mis prácticas de Turismo cuando conocí a Alfonso, guía turístico de Madrid y tripulante de Iberia. Parece que el destino le había puesto en mi camino. Había convocatoria de auxiliares de vuelo y me explicó qué hacer.
Después de dos meses de pruebas -tallaje, natación, inglés, test psicoténicos y de personalidad, entrevista personal– ahí estaba yo, junto a mi abuelo, buscándo mi nombre en una lista de 270 personas admitidas para ser Tripulantes de Cabina de Vuelo de Iberia en una convocatoria a la que nos habíamos presentado 2500.
Hoy soy yo la que sale de esa puerta de las terminales de aeropuertos de todo el mundo y cuando reconozco esas miradas de niños que se preguntan: ¿Ee dónde vendrá? ¿Cómo será su vida? Sonrío y sé que fue allí, en ese banco, donde la aviación se convirtió en mi pasión.